Al hallar a Aarón y sus hijos juntos en este capítulo, nuestro pensamiento se eleva hacia Aquel que no se avergüenza en asociarnos a él, llamándonos sus hermanos. Que Dios nos guarde de avergonzarnos ante el mundo de nuestra relación con Jesús (2 Timoteo 2:12-13).
En estos capítulos a menudo se habla de ofrendas mecidas. Hacer girar sobre sí mismo un objeto permite mostrarlo bien bajo todas sus facetas. Se nos invita a presentar así a Dios todos los aspectos del excelente sacrificio que traemos ante él, hablándole de Jesús en sus variadas glorias, y de su obra en sus diferentes caracteres.
El pecho del carnero de consagración, porción especial de Moisés, también era mecido. En ello podemos admirar, por sus múltiples lados, los afectos de Cristo, que eran la fuente y el poder de su consagración a Dios.
Amo al Padre –decía Jesús–, y como el Padre me mandó, así hago.
(Juan 14:31)
La misma causa en nuestra vida producirá el mismo efecto. El amor suscitará una consagración verdadera, dicho de otro modo, el profundo sentimiento de que el Señor Jesús tiene todos los derechos sobre nuestro corazón. El versículo 24 extiende esos derechos a nuestras orejas, a nuestras manos, a nuestros pies, símbolos respectivamente de la obediencia, la actividad y la marcha.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"