En estos capítulos 39 y 40, una expresión se repite continuamente:
Como Jehová lo había mandado a Moisés.
Nada había sido dejado a la imaginación de aquellos que hacían la obra. Lo mismo ocurre hoy día con el culto de los cristianos. La Biblia nos enseña todo lo que necesitamos para saber cómo Dios quiere ser adorado. Añadir algo a sus instrucciones o sustituirlas por lo que nosotros estimamos mejor sería pura desobediencia, ¿no es cierto? ¡Y al mismo tiempo una pretensión! ¿Con qué derecho decidiremos nosotros acerca de lo que conviene a Dios? ¡Observemos las religiones cristianas, sus clérigos, sus organizaciones, sus ostentosas ceremonias! Dios no ha “mandado” esas cosas y, por consiguiente, el creyente que conoce la Palabra no puede asociarse a ellas.
En contraste con todos los preceptos del Antiguo Testamento –algunos de los cuales hemos examinado en este libro del Éxodo– el culto de los “verdaderos adoradores” del Padre debe ser “en espíritu y en verdad” (Juan 4:23-24). Las formas exteriores de una religión carnal y las ceremonias están puestas de lado y sustituidas por la acción del Espíritu Santo. Ya no son las figuras e imágenes las que forman parte de nuestro culto, sino la realidad de las cosas eternas.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"