El altar de bronce nos recuerda que Dios respondió por medio de la cruz a nuestro estado de pecado. Muchos creyentes a menudo suelen verse turbados a causa de los pecados cometidos después de su conversión. ¿Pueden estos hacerles perder su salvación? No, ¡bendito sea Dios! Como Jesús lo dice a Pedro: “El que está lavado” –es lo que tuvo lugar una vez para siempre a favor del creyente (ver cap. 29:4)– “no necesita sino lavarse los pies” (Juan 13:10). Ese lavado de los pies después de la marcha, y el lavado de las manos para el servicio se hacían en la fuente de bronce. Fue hecha del mismo material que el altar para enseñarnos que los pecados cometidos después de nuestra conversión le costaron tan caro, a Aquel que los expió, como nuestros pecados precedentes. Pero podemos y debemos confesarlos a Dios, quien es fiel y justo para perdonarlos a causa de la obra de Jesús (1 Juan 1:9).
Del versículo 9 hasta el 20 se refiere a la instalación y al arreglo del atrio. Hacemos notar la dimensión de la puerta (v. 18): veinte codos, es decir, casi diez metros. Esta puerta es imagen de la de la gracia, abierta de par en par a los pobres pecadores, como así también del fácil acceso que el Evangelio ofrece a todos para acercarse a la cruz (el altar de bronce). Todos nuestros lectores ¿han pasado por esta puerta?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"