A lo largo de los capítulos 18 y 19 del segundo libro de Reyes, leímos las injuriosas declaraciones del Rabsaces, seguidas de la carta del rey de Asiria. ¿Cómo le contesta Ezequías? ¡Por medio de la oración! Isaías y él, los dos juntos, claman a Dios a ese respecto (v. 30). Es la reunión de oración más reducida. Pero el Señor la considera como tal y, conforme a su promesa ella tiene un irresistible poder: “Si dos de vosotros se pusieren de acuerdo… acerca de cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos” (Mateo 18:19). Por un lado, dos hombres en oración; por otro, un formidable ejército. La victoria es de los primeros; la multitud de los sitiadores es aplastada, ¡y esto sin saber cómo! Su supremo jefe se vuelve “avergonzado”, y perece a su vez, asesinado por sus propios hijos (v. 21).
Después del rey de Asiria, llega el rey de los espantos: la Muerte (Job 18:14), enemigo más espantoso aún, que se presenta para tragarse a Ezequías. Pero contra ella la oración también es soberana y Dios lo libera otra vez.
¡Ay!, este feliz reinado no se acabará sin un eclipse: un grave fallo debido al orgullo, pero, gracias a Dios, seguido por la humillación y la restauración.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"