Se hace también el candelero de oro puro, con su pie de oro labrado a martillo, al igual que sus copas, sus manzanas y sus flores, las cuales “salían de él”. A Dios le agrada repetir, detallando el número siete de los frutos, toda la plenitud de belleza que tenía ese candelero, figura de Cristo, quien no debe a nadie ninguna de sus glorias. Pero no olvidemos que el candelero era de oro labrado a martillo y que estaba alimentado con aceite puro de olivas machacadas (cap. 27:20), adjetivos que hacen pensar en los sufrimientos de Aquel que vino como la verdadera luz en medio de las tinieblas y no fue recibido. Pese a haber sido rechazado, resplandece ahora en el Santuario, donde los suyos podemos contemplarlo por medio de la fe.
El altar de oro, que también estaba en el lugar santo, ante el velo, es otra imagen de Aquel que es el objeto central del culto, en Nombre de quien nos acercamos a Dios para adorar e interceder. El incienso que era ofrecido, si nos atenemos al capítulo 30 (v. 34-38), estaba compuesto “según el arte de perfumista, sazonado con sal, puro y santo” (V. M.). Las diversas esencias que lo constituían nos hablan de las perfecciones del Hijo de Dios y del valor que ellas tienen para el Padre, a quien las presentamos.
El aceite santo de la unción está igualmente preparado según las instrucciones del capítulo 30.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"