El odio del mundo hacia los hijos del Padre no tendría que sorprendernos (v. 13; comp. Juan 15:18…). Su amabilidad más bien podría parecernos sospechosa. En cuanto al amor, el mundo solo puede concebir falsificaciones; sus motivos nunca son puros ni totalmente desinteresados. Solo el amor de Dios es verdadero; este halla su fuente en Sí mismo y no en el objeto de ese amor. Necesitábamos ser amados con semejante amor, ya que en nosotros no había nada que mereciese afecto (véase Tito 3:3). La cruz es el lugar en el que aprendemos a conocer lo infinito de ese amor divino (v. 16).
Los versículos 19 al 22 subrayan la necesidad de tener buena conciencia y un corazón que no nos condene. Si practicáramos solo lo que es agradable al Señor, él podría satisfacer, sin excepción, todas nuestras oraciones. Los padres que aprueban la conducta de su hijo le concederán gustosos lo que él les pida (v. 22; comp. Juan 8:29; 11:42). Permanecer en él, es obedecer. Él en nosotros es la comunión que resulta de ello (v. 24; cap. 2:4-6; 4:16; Juan 14:20; 15:5, 7). Si se sumerge en el mar un recipiente sin tapa, lo hallaremos lleno y empapado a la vez. ¡Que ocurra así con nuestros corazones y el amor de Cristo!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"