Estos dos hechos de indecible alcance: Cristo que pone “su vida por nosotros” (cap. 3:16) y Dios que envía “a su Hijo” (cap. 4:10) han manifestado a los hombres el amor divino. Y ahora aún se nos da a conocer ese amor de una tercera manera: en que los redimidos del Señor se aman unos a otros. Así es cómo Dios debe –o debería– ser hecho visible (v. 12) desde que Jesús dejó la tierra (Juan 1:18). Es imposible amar a Dios y no amar a sus hijos. Cuando realmente amamos a alguien, automáticamente amamos también todo lo que está relacionado con él. Por ejemplo, un marido o una esposa que ama verdaderamente a su cónyuge, también ama a la familia de este. Dios no se contenta con un amor “de palabra ni de lengua” (cap. 3:18). En esta epístola constantemente se repiten las expresiones “si decimos…” (cap. 1:6, 8, 10), “el que dice…” (cap. 2:4, 6, 9), “si alguno dice…” (cap. 4:20). “Nosotros le amamos…”, declara el apóstol (v. 19). ¡Pues bien, demostrémoslo!
En estos versículos hemos hallado:
1° El amor hacia nosotros (v. 9), que es la salvación ya cumplida;
2° El amor en nosotros (v. 12, 15-16) derramado en nuestros corazones por el Espíritu;
3° Por último, el amor con nosotros (v. 17), el cual nos da aun la seguridad para comparecer pronto ante Dios.
Tal es la perfecta actividad de ese amor divino hacia nosotros.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"