Pablo considera a los cristianos como quienes forman la Iglesia de Dios. Para Pedro, constituyen Su pueblo celestial y Su rebaño. Para Juan, son miembros de Su familia, unidos por la misma vida recibida del Padre. En general, en una familia los hermanos y las hermanas tienen diferentes edades y desarrollo, aunque la relación filial y la parte de la herencia del menor sean las mismas que las del hijo mayor. Sucede lo mismo en la familia de Dios. Se entra en ella por medio del nuevo nacimiento (Juan 3:3), el cual normalmente es seguido por un crecimiento espiritual. El niño que solo sabía reconocer a su Padre (Gálatas 4:6; Romanos 8:15-17) pasa luego a la condición de joven y al libramiento de los combates. En estas luchas lo que se juega es su corazón: ¿será a favor del Padre o a favor del mundo? “Los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida” son las tres llaves de las cuales el “maligno” se sirve para hacer penetrar el mundo en todo corazón en el que encuentre lugar. Finalmente el joven llega, o tendría que llegar, a ser un padre que tiene una experiencia personal de Cristo.
Es a los “hijitos” a quienes el apóstol escribe más extensamente. A causa de su inexperiencia están más expuestos a “todo viento de doctrina” (Efesios 4:14). ¡Temamos permanecer como “hijitos” toda nuestra vida!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"