La verdad siempre ha tenido sus “falsificadores”. Y, de la misma manera que cada ciudadano debe saber reconocer la moneda de su país, debemos ser capaces de discernir de dónde proceden las diversas enseñanzas que se nos presentan. Cada una de ellas debe ser probada (v. 1; 1 Tesalonicenses 5:21). La Palabra nos da el medio seguro para no confundir las “falsas monedas” con las buenas. Estas últimas llevan el sello de Jesucristo venido en carne (v. 3).
En cuanto a Su naturaleza, esta epístola nos enseña que Dios es luz (cap. 1:5) y amor (v. 8, 16). La única fuente de todo amor está en él. Si alguien ama, eso es señal de que ha nacido de Dios (v. 7). A la inversa, el que no ama no conoce a Dios. Es necesario poseer la naturaleza del que ama para saber lo que es el amor (1 Tesalonicenses 4:9). Dios tuvo la iniciativa de amarnos (v. 10, 19), y su amor respondió perfectamente al estado de su criatura. El hombre estaba muerto:
Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él (v. 9);
el hombre era culpable: “Dios… envió a su Hijo en propiciación por nuestros pecados” (v. 10; cap. 2:2); el hombre estaba perdido: “El Padre ha enviado al Hijo, el Salvador del mundo” (v. 14; Juan 3:17).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"