La indignación se ha apoderado de Moisés. Anteriormente se había mostrado celoso por el pueblo ante Jehová; ahora se muestra celoso por Jehová ante el pueblo. Moisés reprende a Aarón, el cual se excusa en lugar de humillarse. Además, un terrible deber es impuesto a los hijos de Leví para mostrarnos que la gloria de Dios siempre está antes que los vínculos familiares o amistosos. Los hijos de Leví son fieles, y Jehová lo tendrá en cuenta al confiarles más tarde el servicio del tabernáculo (Deuteronomio 33:9-10). Dios no nos empleará a su servicio sin haber puesto a prueba nuestra fidelidad.
Por último, volvemos a encontrar a Moisés en la posición de intercesor. Expone los hechos –contrariamente a Aarón– sin esconder nada. Pero quiere hacer propiciación por el pueblo y se ofrece para ser castigado en su lugar. Se parece en eso al apóstol Pablo, quien deseaba ser separado de Cristo, por amor a sus hermanos, los que eran sus parientes según la carne (Romanos 9:3). Pero este sacrificio no es posible. La Escritura declara que ningún hombre “podrá en manera alguna redimir al hermano, ni dar a Dios su rescate” (Salmo 49:7), y que
Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí.
(Romanos 14:12)
Solo Cristo pudo hacer propiciación por el pecador, porque Él mismo era sin pecado.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"