Tu pueblo que sacaste de la tierra de Egipto se ha corrompido,
(v. 7)
anuncia Jehová a Moisés. «No, –responde Moisés– es “tu pueblo” que tú sacaste… (v. 11). Por consiguiente, no puedes destruirlo.» Jesús, al orar en favor de los suyos dice al Padre: “tuyos son” (Juan 17:9).
Aquí Moisés es un abogado hábil. En otro tiempo había dicho que él no era un hombre elocuente, que era “torpe de lengua” (cap. 4:10). Pero ahora su corazón se siente conmovido por Israel y, a causa de la abundancia de su corazón, ¡qué bien sabe, por el Espíritu, abogar en favor del pueblo de Dios! No obstante, todo el favor de Moisés no podía impedir que Jehová destruyese a Israel si la ley que lo condenaba le era presentada en ese momento. De esas dos cosas, la ley y el pueblo culpable, una tenía que desaparecer. En su gracia, Dios permite que la ley sea retirada, de forma que Moisés, acorde con el pensamiento de Dios, rompe las dos tablas de piedra al pie de la montaña.
Cuando el Señor Jesús vino a este mundo culpable, no fue para abolir la ley. Por el contrario, Él la cumplió perfectamente antes de sufrir en la cruz su maldición (Mateo 5:17-18; Gálatas 3:13).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"