Desearíamos poder pasar directamente de la descripción del tabernáculo (cap. 31) a su construcción (cap. 35). Desgraciadamente, entre los dos hechos se intercala un episodio oscuro de la historia de ese pobre pueblo. Mientras Dios, en la montaña, daba la ley a Moisés, en la llanura el pueblo ya transgredía los dos primeros mandamientos. Y mientras Jehová daba a su siervo las instrucciones relativas a su culto, Israel establecía un culto idólatra. ¡Cuán grande es la perversidad del hombre, su ingratitud, su rapidez para olvidar las bondades de Dios! (Salmo 78:11; 106:19-23). “La idolatría” no es solamente el pecado de Israel o de los paganos. Al recordar esta escena, el apóstol Pablo se ve en la obligación de advertir a los cristianos (1 Corintios 10:7, 14). Un ídolo es todo lo que toma en nuestro corazón el lugar que pertenece a Jesús. Puede ser semejante al becerro de oro: 1) a imagen de los dioses del mundo (los egipcios adoraban al buey Apis); 2) fundido en molde o, dicho de otra manera, llevando la huella de las concepciones del espíritu humano; 3) dándole forma con buril, es decir, ser el fruto de nuestros propios esfuerzos (Isaías 44:10, 12). Todo eso ocurre cuando se ha perdido de vista el regreso de nuestro Mediador, Cristo, actualmente en el cielo, así como Moisés estaba en la montaña.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"