Después de dirigirse al pueblo, David se vuelve hacia Jehová. ¿Va a enaltecerse por lo que los jefes y él mismo donaron? ¡Al contrario! Da gloria a Dios, a quien todo pertenece, y se humilla ante él. Estos sentimientos siempre van juntos.
"De lo recibido de tu mano te damos”, declara el rey (v. 14). Al confiarnos bienes, el Señor nos otorga el gozo de ofrecerle algo de ellos. Y si bien no necesita nada (Salmo 50:10-12), lo que se le trae voluntariamente, con gozo, tiene un precio para su corazón. Dar por obligación o con un espíritu legalista no ejercita ni el amor ni la fe. Así es como lo hacían los fariseos pagando los diezmos (Mateo 23:23). Por el contrario, los macedonios, de los cuales habla Pablo, habían obrado espontáneamente, abundando
En riquezas de su generosidad
(2 Corintios 8:1-3).
¿No es magnífica la alabanza de David? (v. 10-13). Vale la pena leerla en voz alta, pensando a quien nos dirigimos. “Tuya es… la magnificencia y el poder, la gloria, la victoria y el honor; porque todas las cosas que están en los cielos y en la tierra son tuyas. Tuyo… es el reino, y tú eres excelso sobre todos”. Todas las cosas, ¡incluso el corazón de los que le pertenecen!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"