David se da cuenta de que no merece nada. Confundido, recuerda la bondad de Dios para con él, le rinde homenaje y le agradece.
¡Decir gracias! Cuando alguien no nos agradece un favor prestado, llamamos esto descortesía o ingratitud. No creamos que Dios es insensible cuando sus hijos olvidan hacerlo. Sin embargo, cuando reflexionamos en ello, ¡al lado de cuántos beneficios pasamos cada día sin pensar en agradecerle o sin haberlos notado siquiera! Como el salmista, alentemos nuestra alma a no olvidar ninguno de sus beneficios (Salmo 103:2). ¡Cuántas de sus gracias nos parecen muy naturales, por lo menos mientras las poseemos! A la hora de las comidas, las familias cristianas tienen la costumbre (y el deber) de dar gracias. Pero es necesario que nuestro corazón se asocie verdaderamente a las palabras pronunciadas por el jefe de familia. Más que por sus cuidados materiales, bendigamos a Dios por nuestros privilegios cristianos: la Palabra, la reunión de los creyentes, la educación conforme al Señor (Efesios 5:20) y, por encima de todo, no nos cansemos de darle gracias por su gran salvación, por el gran Salvador que nos dio. Repitamos con el apóstol:
¡Gracias a Dios por su don inefable!
(2 Corintios 9:15).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"