Del mismo modo que la primera «estrofa» de este cántico (v. 7-22) corresponde a una parte del Salmo 105 (v. 1-15), la que sigue reúne una fracción del Salmo 96 (v. 2-12) con tres versículos del Salmo 106 (v. 1, 47-48). Pero hay un hecho muy notable: todo lo que en estos tres salmos no corresponde al carácter de la gracia, fue dejado a un lado. Aquí no se mencionan las faltas cometidas ni el juicio merecido.
Cuando los redimidos rodeen el trono del Cordero y resuene el nuevo cántico, ¿podrá este encerrar un abrumador recuerdo de sus pecados (como el Salmo 106:6-7 y 13-43 para Israel)? Es imposible, porque Dios prometió:
Nunca más me acordaré de sus pecados y de sus iniquidades
(Hebreos 8:12).
Solo se hablará de ellos para decir: “Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre… a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Apocalipsis 1:5-6).
Esta escena termina con el definitivo establecimiento del servicio delante del arca. De ahí en adelante, cada uno en su puesto se dedicará a sus santas funciones, figura de aquellas que pertenecen, desde ahora, a los verdaderos adoradores.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"