Una vez efectuada la obra que permitía al sacerdote acercarse, se nos presenta otro altar, cubierto de oro, sobre el cual Aarón y sus hijos debían quemar el incienso. El primer altar nos habla de Cristo y del valor de su sangre; el segundo también es figura de Cristo y de la eficiencia de su intercesión. El altar de oro era inseparable del altar de bronce. Jesús fue primeramente el sacrificio y después el sacerdote. Como ofreció en la cruz la sangre que purifica, ahora puede presentarse vivo por los suyos, en los lugares santos.
Ninguna víctima era ofrecida en el altar de oro, ya que Cristo no tiene que sufrir ni morir más. La obra está acabada. Ahora Él es, en el cielo, el tema, «la esencia» del culto. Por medio de Cristo el rescatado también se acerca a su vez y ofrece al Padre el perfume de la adoración y la oración (Salmo 141:2). Porque el culto consiste, ante todo, en presentar a Dios las perfecciones de su Hijo amado.
Los versículos 11-16 hablan del rescate. Este es estrictamente personal. Por otra parte, era idéntico para el rico y el pobre. Dios no hace diferencia entre los pecadores (Romanos 2:11) y ofrece a todos el mismo medio de salvación. ¡Una salvación gratuita! Pero ¡cuánto le costó a Aquel que pagó nuestro rescate!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"