Después de las palabras de juicio que Jehová acaba de pronunciar, Josías podría concluir: «¿Para qué purificar este lugar sobre el cual Jehová va a encender su ira?» Pero un creyente fiel nunca razona así. Aun en vísperas del juicio final, la Escritura ordena:
El que es santo, santifíquese todavía
(Apocalipsis 22:11).
El rey, que ahora reconoce personalmente el valor de la Palabra de Dios, aplica lo que está escrito en Deuteronomio 31:11, haciéndola oír a todos, “desde el más chico hasta el más grande” (v. 2). ¿Tenemos el mismo deseo de dar a conocer a quienes nos rodean la Palabra viva y eficaz?
El celo de la casa de Dios “consume” a Josías, como consumirá más tarde a Uno más grande que él (Juan 2:15-17).
Acordémonos de la pregunta que el apóstol Pablo formula a los corintios: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?… El templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es” (1 Corintios 3:16-17; 6:19). ¿Recibiríamos a un noble visitante en una casa desordenada y sucia? Con mayor razón tampoco podemos hacerlo cuando se trata del divino Huésped que quiere morar en nuestro corazón. Honrarle es primeramente ordenar nuestro corazón y quitar todo lo que lo obstruye y lo mancilla.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"