Conforme a la profecía de Isaías 10, la potencia asiria es aniquilada. Sobre sus ruinas se levanta el imperio babilónico, englobando la casi totalidad del mundo antiguo, incluso Egipto, y llamado por ese motivo el primer gran imperio de las naciones. Entonces, la historia del mundo toma otro giro. Israel es puesto a un lado: deja de ser la sede del gobierno de Dios en la tierra. Ese gobierno es confiado a las “naciones” (los pueblos no judíos); va a comenzar lo que se llama el tiempo de las naciones, en el que todavía estamos hoy en día.
Joacim, rey de Judá, hecho él también vasallo de Nabucodonosor, se rebela después de tres años; su hijo Joaquín, que lo sucede, hace otro tanto. En aquel tiempo tiene lugar un triste acontecimiento: la primera transportación de Judá a Babilonia. Sin embargo, a los más pobres del pueblo, que escapan de la deportación, se les da una última oportunidad. Al frente de ellos, Nabucodonosor coloca en el trono de Judá a un tercer hijo de Josías: Sedequías. Pero este obra de igual manera que sus predecesores. El enceguecimiento de esos reyes los hace tanto más culpables que Jeremías, el profeta, no dejó de advertirlos de parte de Jehová durante sus reinados.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"