Tres veces en este capítulo, en respuesta a la oración del profeta, los ojos se abren (v. 17, 20) o, por el contrario, se oscurecen (v. 18). Pidamos a Dios que abra los nuestros. No perdamos de vista, como el criado de Eliseo, el poder divino que está a nuestra disposición.
Alzaré mis ojos a los montes; ¿de dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene de Jehová,
dice el salmista (Salmo 121:1).
Elías solo había sido un profeta de juicio. En cambio, Eliseo tiene el privilegio de usar una segunda arma, más eficaz aún: la gracia. Hace misericordia con sus enemigos y vence con el bien el mal. Nuestros pensamientos vuelven otra vez hacia Jesús, quien se valía tan perfectamente del poder como de la gracia. Después de haber hecho caer a tierra con una palabra a los que venían a prenderle, sanó la oreja herida por su impulsivo discípulo (Juan 18:6; Lucas 22:51).
Por otra parte, esa gran comida nos hace pensar en “la gran cena” de la gracia (Lucas 14:17). Dios convidó a ella a los que eran sus enemigos.
¡Pero la buena acción de Eliseo no será pagada con la misma moneda! Los sirios sitian Samaria, donde el hambre causa terribles estragos. Pero Jehová se valdrá de ello para mostrar a la vez su poder y su bondad.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"