Naamán era general del ejército del rey de Siria, un héroe cubierto de gloria y distinciones. Y, sin embargo, algo hace de ese gran personaje el hombre más miserable: su hermoso uniforme cubre un cuerpo roído por la lepra. Asimismo, la enfermedad del pecado corrompió a todos los humanos, inclusive a los más eminentes.
Pero, en la casa de Naamán vive una joven mensajera de buenas nuevas. Esta muchacha, cautiva, da un sencillo testimonio del poder del varón de Dios. Nunca se es demasiado joven para ser un testigo del Señor Jesús.
Naamán se pone en camino y, después de dar un rodeo por el palacio de Joram, recibe el mensaje de Eliseo. Aún hoy, Dios tiene un mensaje para los pecadores: su palabra escrita. Muchos no creen que Dios se dirija a ellos de esa manera y no reciben la Biblia como la Palabra de Dios. Otros piensan que la salvación es demasiado sencilla. La instrucción dada a Naamán es la misma dada por Jesús al ciego de nacimiento: “Vé y lávate” (v. 10; Juan 9:7). Dios no nos pide cosas grandes (v. 13). Simplemente exige que el hombre se reconozca mancillado, muerto en sus delitos (Efesios 2:1, 5; Colosenses 2:13). Dios mismo cumplió las cosas grandes para beneficio de nosotros, pobres pecadores.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"