Los versículos 10-11 del capítulo 3, así como el pasaje de Gálatas 3:27-28, anulan toda diferencia entre los seres humanos para mantener solo la distinción fundamental entre el viejo y el nuevo hombre. Pero aquí el creyente, en quien coexisten estas dos naturalezas, es considerado en su relación con los demás y con el Señor. A diferencia del resto de la epístola, cuyo punto central es Cristo (nuestra vida), aquí él es llamado “el Señor”, para subrayar sus derechos y autoridad. Padres, hijos, mujeres, maridos, empleados o amos, cada uno en su lugar y desde su condición, sirve a “Cristo el Señor”. Y frente a “los de afuera”, ¿cuál debe ser nuestra actitud? Primero, un sabio andar que ilustre la verdad. Luego, un lenguaje lleno de gracia y de firmeza, adaptado a las oportunidades y al estado de cada cual. Por último, las oraciones (v. 3). Pablo las solicitaba incluso para sí mismo. Notemos que no era la puerta de la cárcel la que él quería que se abriese, sino la del Evangelio.
Los versículos mencionados arriba coinciden con la porción comprendida entre el capítulo 5:22 y el capítulo 6:9 de la epístola a los Efesios. En estos dos pasajes es muy hermoso ver de qué manera la divina doctrina entra en todos los detalles de la vida y esparce el perfume de su perfección sobre todos los deberes y todas las relaciones.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"