Los tristes harapos del viejo hombre son señalados en los versículos 8 y 9: ira, malicia, blasfemia… Tengamos vergüenza de presentarnos así. En cambio, vistámonos el luminoso vestido del nuevo hombre, cuyo perfecto modelo es Cristo (v. 10). Estos son sus adornos: misericordia, humildad, mansedumbre, paciencia, perdón… Sobre todo recubrámonos de amor, que es la naturaleza misma de ese nuevo hombre. Ese amor nos dará a conocer como discípulos de Jesús (Juan 13:35).
Nuestro estado interior no es menos esencial. En nosotros deben morar: Cristo, quien lo es todo (v. 11, al final), su paz (v. 15) y su Palabra (v. 16). El solo hecho de tener la Biblia en casa o sobre la mesilla de noche no nos hará el menor bien. El alimento más completo no hace su efecto mientras permanezca en el plato. Es menester que la Palabra more en nosotros abundantemente (Romanos 10:8). Otro medio en el que pensamos poco para ser enseñados y edificados es el de los “cánticos espirituales” que cantamos a Dios en nuestros corazones (Salmo 119:54). No privemos de esta alabanza a Dios, ni nos privemos nosotros de esta edificación. Finalmente, una doble pregunta nos servirá para probar la calidad de cada una de nuestras palabras o acciones: ¿Puedo decir o hacer esto en el nombre del Señor Jesús? ¿Puedo dar gracias a Dios Padre por esto?
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"