Lo que debemos hacer o dejar de hacer procede de lo que somos. Nuestra doble posición acaba de ser señalada en los versículos 12 y 13.
1) Hemos muerto con Cristo (v. 20), así que hemos muerto en cuanto a los rudimentos del mundo. No podemos tomar más, como regla de vida, los principios que rigen a este mundo con sus pretensiones morales o religiosas, y su medida del bien y del mal, frecuentemente equivocada.
2) Hemos “resucitado con Cristo” (cap. 3:1). Como ciudadanos de los cielos, pensemos en las cosas de arriba y apliquemos los principios de lo alto a nuestras circunstancias más comunes.
Sí, “habéis muerto”, confirma el versículo 3, y la imperecedera vida –que es la nuestra ahora– “está escondida con Cristo en Dios”. “Por esto el mundo no nos conoce” –es decir, no puede comprendernos– “porque no le conoció a él” (1 Juan 3:1). Pero cuando Cristo sea manifestado, entonces todos sabrán cuál era nuestro secreto.
Aunque nuestra vida está en el cielo, en la tierra nos quedan peligrosos “miembros” morales, dicho de otro modo: nuestras codicias. Apliquemos la muerte a todas esas culpables manifestaciones del viejo hombre. A causa de ellas, “la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”. También a causa de ellas, esa ira cayó sobre nuestro perfecto Sustituto.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"