Pablo, prisionero en Roma, se sirvió del mismo fiel mensajero, Tíquico, para llevar sendas cartas a los efesios y a los colosenses (Efesios 6:21-22). Otros hermanos y siervos de Dios participaban de sus trabajos y ejercicios de corazón: Epafras, quien después de haber hablado del Señor a los colosenses (cap. 1:7), hablaba de ellos al Señor (v. 12); Onésimo, Aristarco, Marcos, Lucas… y también Demas, en un principio íntimamente asociado a la obra, pero aquí solamente nombrado. Uno puede imaginarse la sorpresa de Arquipo al oír su nombre en la carta leída ante la iglesia. ¿Cuál era ese servicio particular que había recibido del Señor? Bastaba que él lo supiera. Y si el Espíritu de Dios no lo ha determinado, bien puede ser para que cada creyente coloque su nombre en lugar del de Arquipo.
Esta carta debía transmitirse luego a la iglesia de Laodicea. Sin embargo, el trágico estado de esa iglesia descrito en Apocalipsis 3:17, muestra que no sacó ningún provecho de esta carta (v. 16). Permaneció pobre por haber acumulado otras riquezas que no eran “las riquezas de la gloria” (cap. 1:27) y otros tesoros distintos de “los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” (cap. 2:2-3). Permaneció desnuda por no haber sabido revestirse del nuevo hombre (cap. 3:10, 12, 14). ¡Tengamos en cuenta las advertencias de su Palabra y que ella habite en nosotros “en abundancia”! (cap. 3:16).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"