Después de estos tres objetos (el arca, la mesa y el candelero) viene la descripción del tabernáculo propiamente dicho. Era un conjunto de tablas que formaban tres paredes, por encima de las cuales estaban extendidas cuatro cubiertas sobrepuestas, cada una constituida por varias cortinas. La primera cubierta, llamada el tabernáculo, estaba puesta debajo y formaba el techo. Solo se podía contemplar desde el interior del santuario. Estaba tejida con hilos de diferentes colores, semejantes a los que encontramos en el velo (v. 31) y en el efod del sumo sacerdote (cap. 28:5). Cada uno de esos colores subraya una gloria particular de Cristo. El lino torcido ilustra siempre su humanidad perfecta, el azul su carácter celestial, la púrpura su gloria universal, el carmesí su realeza sobre Israel. Las lazadas de azul y los corchetes de oro que unían las cortinas nos recuerdan los vínculos celestiales y divinos que unen a los rescatados. La segunda cubierta (la tienda), de pelo de cabra, la tercera de pieles de carneros y la cuarta de pieles de tejones, sugieren respectivamente la separación, la consagración (cap. 29:27) y la vigilancia. Dios halló esas virtudes en la vida de Jesús en este mundo y desea que ellas sean igualmente visibles ahora en la vida de los suyos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"