Los tres lados del tabernáculo estaban constituidos por anchas tablas de madera de acacia cubiertas de oro, puestas de pie sobre basas de plata. Figura de los rescatados, firmemente establecidos sobre la redención de la cual siempre nos habla la plata, y que la justicia divina (el oro) ha revestido, de forma que es ese carácter divino el que ahora debe brillar. Pero, para que las tablas se mantuvieran juntas y resistieran el embate del viento del desierto, hacían falta las barras, las que nos hacen pensar en todo lo que une a los hijos de Dios. Por ejemplo, los agradables vínculos del afecto fraterno. ¡Qué apoyo es para un joven creyente tener un hermano o un amigo con el que pueda hablar de sus dificultades y ponerse de rodillas para elevar a Dios sus plegarias! Por encima de todo, “un solo Espíritu” une a todos los rescatados por el Señor, de manera que forman un cuerpo “bien concertado y unido entre sí”, en condiciones para resistir a “todo viento de doctrina” y a los esfuerzos que el enemigo hace para derribarlos (Efesios 4:2-4; 14-16; ver también 1 Corintios 10:12). Observemos, por último, lo que caracterizaba a las tablas de las esquinas: estaban perfectamente unidas “por su alto” (v. 24; ver Juan 17:21; 1 Corintios 1:10). Un común afecto por el Señor es lo que estrecha “perfectamente” los vínculos de la comunión de los cristianos entre sí.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"