Este capítulo nos muestra lo que el fiel debe hacer, lo que Satanás puede hacer, pero también lo que Dios hace. “No temas… estaré contigo… Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti”. Esa fue la promesa hecha al remanente fiel en Isaías 43:1-2. Y Dios va a cumplirla. Echados en el horno de fuego ardiente, los tres hombres no sufren mal alguno; además, tienen en él un maravilloso encuentro. En su misterioso compañero de un momento, no tenemos dificultad para reconocer al Hijo de Dios.
Sí, el crisol de la prueba es una privilegiada cita del Señor con los suyos.
En tanto que el fuego extermina a los hombres encargados de echar a los condenados en el horno ardiente, ni estos, ni nada de lo que les pertenece es siquiera impregnado por el olor del fuego. Una única cosa es consumida en el horno de fuego ardiente: las ataduras con las cuales se los había inmovilizado (v. 25). ¿No es a menudo este el resultado de la prueba para el cristiano? Lo libera de tal o cual atadura con la cual el mundo lo tenía sujeto y le permite andar libremente en compañía del Señor Jesús.
La ira del rey dio lugar a la consternación (v. 24). Al exponer su vida, esos jóvenes testigos supieron demostrarle la realidad de su fe en un Dios todopoderoso.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"