Notemos el encadenamiento de los hechos: primero Daniel oró con sus amigos (v. 17-18). “Entonces el secreto fue revelado a Daniel en visión de noche, por lo cual bendijo Daniel al Dios del cielo” (v. 19). Exponer nuestras peticiones a Dios es nuestro primer deber (Filipenses 4:6). Pero Daniel también pone al corriente a sus tres compañeros a fin de aunar sus súplicas.
¡Qué privilegio compartir una dificultad con amigos cristianos y presentarla juntos al Señor! ¡Y qué eficacia tiene este privilegio, porque nos permite beneficiarnos con la formal promesa del Señor!
(Mateo 18:19).
Dios no puede quedar sordo a la súplica de esos hombres que le temen. Él revela el secreto a su siervo (Salmo 25:14). Quizás algún otro en seguida hubiese corrido a ver al rey. Pero para Daniel hay algo más urgente: agradecer a su Dios y alabarle (comp. Génesis 24:26). Solo después se hace llevar a la presencia de Nabucodonosor. Y todavía vemos brillar uno de los más hermosos rasgos de ese hombre de Dios: su humildad. Como José (Génesis 41:16), Daniel desea que la gloria sea solo de Dios (v. 30; cap. 1:17). Queridos creyentes, cuando el Señor se haya dignado tomarnos a su servicio, sepamos pasar inadvertidos para dejarle a él todo el mérito y todos los frutos.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"