Para dar un centro religioso común a los pueblos inconexos sobre los cuales reina Nabucodonosor, hace levantar una colosal estatua de oro en la llanura de Dura. Este acto de idolatría es simbólico. Evoca lo que gobierna el corazón de los hombres:
1) la estatua es de oro, ese metal que es objeto de universal veneración.
2) Tiene la forma de un hombre; en efecto, este tiende a adorarse a sí mismo y a colocarse en lugar de Dios.
3) Finalmente, tiene un inquietante parecido con la imagen de la bestia de los tiempos apocalípticos, la cual cada uno estará obligado a adorar bajo pena de muerte. Entonces, el fiel remanente de Israel será terriblemente puesto a prueba de esa manera (Apocalipsis 13:15 y sig.) Sadrac, Mesac y Abed-nego representan a ese remanente. ¿Intervendrá Dios para librarlos? ¡Tal es el desafío del rey! “No es necesario que te respondamos sobre este asunto” declaran estos jóvenes (v. 16). La fe del creyente no tiene por qué justificarse ante los inconversos. Le basta la aprobación del Señor. Las amenazas de ahora, como anteriormente la atracción de las delicadas comidas del rey, no consiguen apartar a esos tres testigos del camino de la obediencia a Dios. Habían sido fiel “en lo muy poco” (cap. 1), ahora lo son “en lo más” (Lucas 16:10).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"