El apóstol Pablo explica por qué la ley no cambia en nada las promesas divinas. Éstas son anteriores a aquélla y Dios no se retracta. Y, sobre todo, han sido hechas a la simiente de Abraham, es decir, a Cristo (v. 16). Nada podría anular o contradecir lo que Dios garantiza a su Amado… y a los que le pertenecen. “Entonces, ¿para qué sirve la ley?” (v. 19). Se la ha comparado a un espejo: la ley me muestra mi suciedad moral, pero es tan incapaz de quitármela como un espejo lo es de lavarme. Ésta no es su función. La ley solo me convence de pecado y por eso mismo me lleva a Cristo (v. 24). Después de haber conseguido esto, ha acabado su papel, al igual que ocurre con el instructor que ha preparado a su alumno para ascender al grado superior. ¡Qué penosa escuela la de la ley! Me enseña que soy pecador pero no me vuelve justo; me revela que estoy muerto pero no tiene el poder para hacerme vivir; me hace ver que carezco de fuerza pero no me provee ninguna. Sin embargo todo lo que me falta lo encuentro entonces en Jesús.
El bautismo es la señal pública de que el redimido ha sido puesto aparte para Cristo por medio de Su muerte. Usted que ha sido bautizado, ¿es realmente un hijo “de Dios por la fe en Cristo”? ¿Está verdaderamente revestido de Cristo? (v. 26-27). Llevar un uniforme al que no se tiene derecho es un fraude y un abuso de confianza.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"