Los «hijos» de los profetas eran discípulos de estos últimos; vivían juntos, eran enseñados en la Palabra y empleados por Jehová para Su servicio. Los de Jericó, como más tarde Tomás, no pueden creer en el misterioso suceso que acaba de producirse.
Eliseo representa, en Jericó, a Cristo, quien vino en gracia a este mundo marcado por la muerte y la esterilidad. Trajo la vida por el poder purificador de la gracia (la sal), contenida y manifestada en el nuevo hombre (la vasija nueva). Cada creyente es llamado a ser, en este mismo mundo,
Un vaso para honra, santificado, útil al dueño, y preparado para toda buena obra
(2 Timoteo 2:21, V. M.)
La espantosa escena que sigue (v. 23-24) nos recuerda los juicios que serán la parte de los burladores (Proverbios 19:29). Los muchachos de Bet-el ultrajan a Jehová mismo. Al decir: “¡Calvo, sube!”, colocan a Eliseo ante el desafío de ser quitado como Elías. En los postreros días –anuncia el apóstol Pedro– “vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?” (2 Pedro 3:3-4).
¡Entonces, surge el oso! En la Biblia a menudo se lo asocia con el león: Satanás. ¡Cuán solemne es! Dios podrá permitir que los hijos que menosprecien la Palabra sean hechos presa del mundo y de su príncipe. Es para ellos una suerte peor que la muerte, ya que la salvación de su alma está en juego.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"