¡Qué sentía el apóstol Pablo al oír las suposiciones que se hacían a su respecto, los motivos interesados y las astucias que se le atribuían! (v. 14, 16; cap. 7:2-3; comp. Hechos 20:33). Todo al contrario: por una conducta irreprochable, juntamente con sus compañeros de obra, no había dejado de andar “en las mismas pisadas” de Cristo (v. 18). Si responde largamente a esas calumnias, no es para justificarse, sino porque tiene en vista “la edificación” de sus amados corintios (v. 19; 1 Corintios 14:26, final). Efectivamente, no reconocer el ministerio del apóstol venía a ser lo mismo que rechazar también la autoridad de la divina Palabra que él anunciaba. Hoy en día ¡cuántos supuestos cristianos rechazan tal o cual parte de la Palabra, particularmente las epístolas de Pablo! Los versículos 20 y 21 muestran a qué pecados conduce esa negligencia y ese menosprecio.
Así, en este capítulo hallamos el más glorioso estado al cual puede ser elevado un cristiano… y la más miserable condición en la que puede caer… ¡Qué contraste entre esa elevación al tercer cielo y esa vil degradación carnal! ¡Y el cristiano es capaz de ambas cosas! ¡Qué lección y advertencia para cada creyente!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"