“Un hombre en Cristo” es alguien que ya no anda “conforme a la carne” (Romanos 8:1), es decir, sobre quien la carne perdió sus derechos. “Nueva criatura es” (cap. 5:17). Su posición ante Dios es la de Cristo mismo y, por la fe, ya ocupa esa posición en el cielo. Pero Pablo fue arrebatado realmente hasta el cielo durante un momento inolvidable. Y ¿qué le ocurrió en el paraíso? Oyó el lenguaje del cielo, que no puede ser traducido a los idiomas de los hombres (v. 4). ¡Qué favor extraordinario! Pero esa experiencia única constituía un certero peligro para el apóstol. Para evitar que se enorgulleciera, le fue dado “un aguijón” en su “carne”: tal vez una penosa dolencia que tendía a volverle menos apreciable en su predicación oral (véase 10:1, 10; Gálatas 4:14). El apóstol ruega: Señor, quítamelo, si no mi servicio sufrirá por ello…
Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad,
fue la contestación del Señor. Contrariamente a las apariencias, ese aguijón era un resultado de esa gracia. Servía a Pablo para subyugar la naturaleza pecaminosa que estaba en él. Sí, para el que vive por la fe, las dolencias y las pruebas son valiosas, pues contribuyen a volver débil al hombre carnal para dejar que el poder de Dios se manifieste (v. 9-10; cap. 4:7).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"