“Nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia…” (v. 4; cap. 12:12). Aquí está lo que recomienda a todo siervo de Dios. Mejor que cualquier discurso, la manera en que Pablo soportaba las pruebas demostraba el valor de su Evangelio.
¡Qué hombre extraño es el creyente! En cierto modo, tiene dos caras: A los ojos del mundo parece estar en el oprobio, ser engañador, desconocido, entristecido, pobre… Pero, ¿qué es ante Dios? Veraz, bien conocido, siempre gozoso, en una palabra, poseyéndolo todo (v. 8-10). Ésta es su verdadera cara.
Las exhortaciones que siguen pueden parecer de mente estrecha y severa, pero proceden del corazón “ensanchado” del apóstol (v. 11). La palabra separación nos repulsa y, sin embargo, la santidad significa apartarse para Dios (véase Levítico 20:26). “Perfeccionando la santidad” (cap. 7:1) equivale necesariamente a apartarse. La separación del mundo no se aplica solo a tal proyecto de matrimonio desigual (v. 14-15). La separación del mundo religioso (v. 16-18) ofrece incomparables compensaciones: la presencia del Señor Jesús “en medio” de los suyos y el gozo de relaciones bendecidas con nuestro Dios y Padre. Por último tenemos la separación del mal bajo cualquier forma (cap. 7:1).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"