¡Cómo nos cuidamos para conservar y hacer prosperar “nuestro hombre exterior”! (v. 16). ¡Ojalá nuestro hombre “interior” pudiera ser tan bien tratado! Lo que renovaba el corazón del apóstol era ese eterno peso de gloria, incomparable con la tribulación que atravesaba. Andando “por fe” y “no por vista” (cap. 5:7), con las miradas de su alma fijas en las cosas que no se ven pero que son eternas, él gozaba ya de las arras del Espíritu (v. 5); por eso no desmayaba (cap. 4:1, 16).
¡Qué temor y ardor debería producir constantemente en nosotros el pensamiento del tribunal de Cristo! Nuestra salvación está asegurada; no compareceremos ante él para condenación sino que, como en una película, toda nuestra vida se desarrollará allí, revelando todo lo que hayamos hecho, “sea bueno o sea malo”, y recibiremos ganancias o soportaremos pérdidas. Pero, al mismo tiempo, el Señor mostrará cómo su gracia supo sacar su brillo aun de nuestros pecados. Un artista que termina de restaurar un retrato deteriorado le da valor poniendo al lado la fotografía del cuadro inicial. Así como a menudo mostramos poca sensibilidad frente al pecado, también valoramos poco la gracia que nos perdona y nos soporta. El tribunal de Cristo nos hará experimentar toda la inmensidad de ella.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"