La obediencia de los corintios había motivado el gozo y el afecto de Tito y, en consecuencia, había regocijado y confortado doblemente al apóstol Pablo (7:13, 15). Pero aún estaban lejos de tener el celo de los creyentes de Macedonia (cap. 8:1-5). Estos últimos no habían dado sencillamente tal o cual parte de sus recursos y de su tiempo, sino que se habían dado a sí mismos por completo. No habían aguardado, como algunos, el final de la vida para ofrecer a Dios solo un pobre resto de sus fuerzas; se habían dado “primeramente”… Tampoco habían empezado con “el servicio para los santos” (v. 4). No; se dieron primeramente al Señor. Y ese primer don había acarreado todos los demás. También pertenecían a los apóstoles, por ser ellos siervos del Señor. ¿Era esto algo penoso para los macedonios? ¡Todo al contrario! “La abundancia de su gozo” podía soportar una gran “prueba de tribulación”, y “su profunda pobreza” cambiarse “en riquezas de su generosidad” (v. 2). Lo que llamaríamos fácilmente una carga, ellos lo llamaban un “privilegio” (v. 4).
¡Que Dios nos otorgue esa misma dichosa consagración a nuestro Señor, a quien tenemos el privilegio de poder servir, sirviendo a los suyos!
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"