David comete una nueva falta: censa al pueblo. El versículo 1 parece disculparle, ya que Jehová lo incita. Pero 1 Crónicas 21:1 revela que Satanás es el malvado instrumento, a quien Dios deja en libertad de acción, a fin de castigar a Israel y después manifestar Su gracia. El enemigo se sale con la suya mediante la soberbia del rey, quien está orgulloso de dominar sobre un pueblo numeroso y de disponer de un poderoso ejército. El orgullo nos lleva a atribuirnos importancia, olvidando que solo la gracia de Dios hizo lo que somos y nos dio lo que poseemos. En días mejores, David lo había reconocido: “¿Quién soy yo… y quién como tu pueblo, como Israel?” (cap. 7:18, 23). La gloria de Israel no se hallaba en su fuerza, ni en el número de sus guerreros, como en las otras naciones. Estaba en el nombre de Jehová, a quien Israel pertenecía (véase Salmo 20:7).
Aunque Joab no teme a Dios, ve más claro que David y busca disuadirlo. ¡Pero en vano! El censo se hace… y apenas se conocen las cifras, el rey comprende su locura. Pese a su arrepentimiento, una vez más tiene que vérselas con el “gobierno de Dios” (Amós 3:2).
David comete una nueva falta: censa al pueblo. El versículo 1 parece disculparle, ya que Jehová lo incita. Pero 1 Crónicas 21:1 revela que Satanás es el malvado instrumento, a quien Dios deja en libertad de acción, a fin de castigar a Israel y después manifestar Su gracia. El enemigo se sale con la suya mediante la soberbia del rey, quien está orgulloso de dominar sobre un pueblo numeroso y de disponer de un poderoso ejército. El orgullo nos lleva a atribuirnos importancia, olvidando que solo la gracia de Dios hizo lo que somos y nos dio lo que poseemos. En días mejores, David lo había reconocido:
¿Quién soy yo… y quién como tu pueblo, como Israel?
(cap. 7:18, 23).
La gloria de Israel no se hallaba en su fuerza, ni en el número de sus guerreros, como en las otras naciones. Estaba en el nombre de Jehová, a quien Israel pertenecía (véase Salmo 20:7).
Aunque Joab no teme a Dios, ve más claro que David y busca disuadirlo. ¡Pero en vano! El censo se hace… y apenas se conocen las cifras, el rey comprende su locura. Pese a su arrepentimiento, una vez más tiene que vérselas con el “gobierno de Dios” (Amós 3:2).