Conforme a las instrucciones de David, ahora se celebra una fiesta muy diferente. En medio de la alegría del pueblo fiel, el joven Salomón se sienta en el trono de su padre. ¡Cuán grande es el contraste con Adonías! El nuevo rey no actúa por sí mismo: se le hace montar en la mula real, y se lo lleva a Gihón, donde es ungido por Sadoc en medio de la algarabía general.
Mientras tanto, en la fuente de Rogel se acaba el festín. Un ruido desacostumbrado, persistente, proviene de la ciudad. Joab, como militar experimentado, oye la trompeta y se inquieta. Al mismo tiempo se acerca Jonatán, trayendo noticias. En lo que a él concierne, estas son buenas, porque David sigue siendo el rey su señor. Pero, ¡qué desastre para Adonías y sus invitados! Todo el complot se derrumba en un instante y los conjurados, desamparados, se dispersan por todos lados. Aterrorizado, el usurpador Adonías se sujeta a los cuernos del altar e implora el perdón del rey. Se le otorga una prórroga, pero el orgullo y la maldad de su corazón no han sido juzgados por eso.
¡Qué locura oponerse a Dios y a su Ungido! Sin embargo, esto hará el Anticristo en breve, pero será destruido para dar lugar al Señor Jesús y a su reinado.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"