Sin ir más lejos, ¡qué objeto de admiración constituye el cuerpo en el que moramos!
Te alabaré; porque formidables, maravillosas son tus obras,
exclama David en el Salmo 139:14, al hablar de la formación del cuerpo. Sí, ¡qué diversidad y, sin embargo, qué armonía hay en ese complejo conjunto de miembros y órganos de los cuales aun el más pequeño tiene su razón de ser y su propia función! El ojo y el meñique, por ejemplo, no pueden reemplazarse el uno al otro. Pero el segundo permite quitar el granito de polvo que irrita al primero. Basta que un solo órgano funcione deficientemente para que pronto todo el cuerpo esté enfermo.
Todo esto tiene su equivalente en la Iglesia, cuerpo de Cristo, el cual no es una organización, sino un organismo vivo. “Los miembros… que parecen más débiles, son los más necesarios” (v. 22), y cada uno debe cuidarse de no menospreciar su propia función (v. 15-16), ni la de los demás (v. 21). Una creyente de edad avanzada o minusválida podrá sostener, a través de sus oraciones, por una palabra oportuna o simplemente por un servicio práctico, el celo de un predicador o de un anciano. Así, pues, que cada uno, como un buen administrador “de la multiforme gracia de Dios” (1 Pedro 4:10), emplee para los demás lo que ha recibido.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"