Al hablar de reunirse “como iglesia” en el capítulo precedente, el apóstol Pablo dio el primer lugar a la celebración de la cena (cap. 11:20-34). Solo después habla de los dones y servicios con miras a la edificación. No olvidemos que la celebración de la cena es la más importante de todas las reuniones.
Pablo les recuerda a esos antiguos idólatras que otrora ellos habían sido extraviados por espíritus satánicos (v. 2). ¡Qué cambio! Ahora es el Espíritu de Dios quien los dirige, obrando en ellos “como él quiere” mediante los dones que les otorga (v. 11). El apóstol enumera esos dones precisando que son dados “para provecho” (v. 7). Y, para ilustrar a la vez la unidad de la Iglesia y la diversidad de los servicios, toma el ejemplo del cuerpo humano, el cual si bien está compuesto por muchos miembros y órganos –ninguno de los cuales puede funcionar sin los demás– constituye un único organismo conducido por una única voluntad: la que la cabeza comunica a cada miembro. Tal es el cuerpo de Cristo. Aunque está integrado por muchos miembros (tantos como creyentes), es animado por un solo Espíritu para acatar una sola voluntad: la del Señor, que es el Jefe, es decir, la cabeza (Efesios 4:15-16). No tenemos, pues, que escoger nuestra actividad (v. 11) ni el lugar en donde la debemos ejercer, ya que “Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (v. 18).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"