Mientras David prosigue su camino de dolor y de rechazo, un benjamita, llamado Simei, cobardemente aprovecha la ocasión para arrojarle piedras y maldecirle. Contra el Señor Jesús no es un acusador sino una jauría de “perros” (Salmo 22:16) los que se juntan alrededor de la cruz y aprovechan su humillación para burlarse de él, menear la cabeza e insultarle. Jesús no solo no les responde, sino que, más que nunca, se vuelve hacia su Dios (Salmo 22:19). Y, a vaga semejanza, lo mismo hace David ante las injustas acusaciones. Se dirige a Aquel que conoce la verdad (comp. Salmo 7:3-4 y título). Además, recibe esta nueva prueba como viniendo de la mano divina y acepta la injusta maldición como algo que Dios juzgó necesario. Reprende a Abisai, cuyo ardiente celo se manifiesta a favor de la venganza (v. 9; 1 Samuel 26:8). Es también lo que hizo en perfección nuestro Salvador cuando, en el mismo huerto en que ya le consideramos, tuvo que decir a Pedro:
Mete tu espada en la vaina; la copa que el Padre me ha dado, ¿no la he de beber?
(Juan 18:11).
Husai ciertamente no ignora lo que Dios le había dicho al rey David referente a sus concubinas (cap. 12:11-12). Por eso ahora, al ser acogido por Absalón, no se opone al consejo de Ahitofel.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"