Los sufrimientos que David debe conocer ahora son el resultado de sus propias faltas. No pueden compararse, pues, con los padecimientos del Señor Jesús, los cuales fueron la consecuencia de nuestros pecados. No obstante, en ciertos aspectos, nos permiten comprender mejor lo que atravesó nuestro Salvador. Vemos que David, en medio de algunos amigos fieles, sube llorando la cuesta de los Olivos. Más tarde, en este mismo lugar, en el huerto de Getsemaní, el Varón de dolores, en la angustia de su combate, ofrecerá
Ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte
(Hebreos 5:7).
Allí el rey se entera de la traición de Ahitofel, su compañero y consejero, pero cuyo nombre significa ¡hermano de locura!
También allí avanzará Judas a la cabeza de soldados y alguaciles para entregar al Señor (véase Salmo 3:1 y título).
La desolada exclamación de David en el Salmo 55:13, sin duda puede situarse en ese instante: “Tú, hombre, al parecer íntimo mío, mi guía, y mi familiar; que juntos comunicábamos dulcemente los secretos…”. Pensemos con qué tristeza el Señor debió haber preguntado a su miserable discípulo: “Amigo, ¿a qué vienes?” (Mateo 26:50).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"