Mientras no había guerra declarada entre Israel y los filisteos, la posición de David en medio de extranjeros podía, tal vez, disculparse: el odio de Saúl de veras lo empujaba al exilio. Pero ahora, en vísperas de la batalla, esta situación se hace insostenible; y David habría tenido que darse cuenta. Mas, persevera en su doble juego, mostrándose dispuesto a tomar las armas contra Israel al lado de los filisteos. En su gracia, Jehová se vale de la desconfianza de los príncipes para librar a David de la trampa que él mismo había fabricado. Recordemos bien que, para el mundo, el creyente no solo es extranjero, sino enemigo. Es tan peligroso por sus muestras de interés y sus cumplidos –los de Aquis a David (v. 6, 9)– como por sus manifestaciones de violencia.
El hombre renombrado por haber herido a diez mil filisteos quizás haya olvidado sus propias victorias. En cambio, sus enemigos guardaron de ellas un punzante recuerdo (v. 5; cap. 21:11). Y cuando olvidamos la cruz y nuestro precedente testimonio, el mundo siempre sabe señalarnos: «¿Es este el cristiano que pretendía ser mejor que nosotros?».
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"