Dios no permitió que David participara en la batalla contra Saúl, a quien, en dos ocasiones, había perdonado la vida tan generosamente; ni contra Jonatán su amigo; ni contra Israel su pueblo, sobre el cual era llamado a reinar.
Pero, aunque protegido, ahora debe pasar por la disciplina como todo siervo desobediente. Esta disciplina es el desastre que encuentra al volver a Siclag. ¡Ay, qué angustia para estos hombres y especialmente para su jefe! Los que le son más queridos han desaparecido. No sabe si han muerto o solo son cautivos. David lo ha perdido todo. Peor aún: exiliado de Israel, perseguido por Saúl, rechazado por sus falsos amigos, los filisteos, ahora sus verdaderos amigos, sus fieles compañeros desde el comienzo, se vuelven contra él y hablan de apedrearlo. Ya no tiene nada… Sin embargo, ¡Dios sigue estando con él! Y leemos estas notables palabras:
David se fortaleció en Jehová su Dios
(v. 6).
No pudiendo contar con nada ni con nadie, experimenta lo que dice un cántico: «Cuando todo me falta, Él mismo me queda». Entonces, con la fuerza que vuelve a hallar en su Dios, se lanza resueltamente sobre la huella de los raptores amalecitas.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"