El pobre esclavo egipcio abandonado por su amo, a quien David recoge y reconforta, nos hace pensar en la condición del pecador perdido. Cuando Satanás lo ha dejado en un estado de total debilidad y de muerte moral, Jesús, como el buen Samaritano, le da la vida para las fuerzas y la capacidad para servirle.
Guiados por este muchacho, David y sus hombres caen sorpresivamente sobre los amalecitas, ocupados en festejar su victoria. Y Dios permite que recuperen todo lo que les había sido arrebatado y que se apoderen de un gran botín. ¡Qué gracia divina! ¡Es preciso que todos la aprovechen, inclusive los que guardaron el bagaje: tal es la respuesta de David a sus compañeros egoístas y celosos (v. 23-24). ¿No es igual la enseñanza del Evangelio? El obrero de la hora undécima recibe tanto como sus compañeros de la mañana, pese al enojo de estos, porque están frente a un amor, lleno de bondad (Mateo 20:14-15). Por ejemplo, no pensemos que un creyente discapacitado o enfermo será menos favorecido en el día de Cristo, porque aparentemente no estuvo «en primera linea». No podemos juzgar el servicio de otros creyentes ni apreciar su recompensa. El Señor la ha preparado a la medida de su perfecto amor.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"