David y sus compañeros hallaron abrigo en otras cuevas: los lugares fuertes de En-gadi. Hebreos 11:38 nos habla de esos hombres de fe, “de los cuales el mundo no era digno; errando por los desiertos, por los montes, por las cuevas y por las cavernas de la tierra”. Saúl, “respirando aún amenazas y muerte” (como su homónimo en Hechos 9:1), y persiguiendo a David, fortuitamente penetra en la cueva en que este se ha escondido. Es la mano de Dios, piensan sus hombres: «Jehová te da la ocasión de acabar con tu enemigo y de tomar su lugar en el trono» (v. 5). Pero David no lo hace. Honra al “ungido de Jehová” pese a su maldad (1 Pedro 2:17). También pone en práctica la exhortación de Romanos 12:19: “No os venguéis vosotros mismos, amados míos”. Quizás David habla de esta experiencia cuando dice:
He libertado al que sin causa era mi enemigo
(Salmo 7:4).
Su nobleza y su mansedumbre, por cierto nos hacen pensar en Aquel que no se vengó de sus enemigos, sino que, al contrario, oró por ellos: “Padre, perdónalos” (Lucas 23:34).
Confundido (véase Salmo 35:4) y aparentemente humillado, Saúl debe reconocer los derechos de David en cuanto al reino de Israel (v. 20).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"