Enceguecido y endurecido, Saúl se había atrevido a decir de David: “Dios lo ha entregado en mi mano” (v. 7). No sin ironía, el versículo 14 restablece la verdad: “Dios no lo entregó en sus manos” (comp. Salmo 37:32-33). Sin embargo, el “amado”, el rey “conforme al corazón de Dios” debe conocer la amargura y sufrir esta injusta situación al margen de la sociedad. Es necesario que experimente la maldad humana manifestándose contra él: odio, celos, ingratitud, y hasta la traición. Esos zifeos, ¿no nos hacen pensar en Judas vendiendo a su Maestro? Sí, Jesús, el Rey rechazado conoció aún más que David ese desenfreno de maldad, esa
Contradicción de pecadores contra sí mismo
(Hebreos 12:3).
Su corazón, infinitamente sensible, sufrió por ello de la manera más profunda.
Lo que David experimentó entonces, podemos comprenderlo por medio de ciertos salmos compuestos en ese desierto de Judá (Salmos 54, 63, etc.) La visita de Jonatán le alienta y dirige su pensamiento hacia el porvenir. Pero, el mismo amigo fiel “se volvió a su casa” (v. 18; comp. con Juan 7:53), mientras que David, imagen de uno más grande que él, continúa su camino de rechazo con los que lo dejaron todo para seguirle.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"