Comienza la vida errante de David. Primero se dirige a Nob, al sacerdote Ahimelec.
El Señor recordará esta escena a los judíos para probarles que todo (inclusive la ley) debe estar sujeto al Mesías, de quien David es figura (Marcos 2:25-26).
Antes de enfrentar nuestras dificultades, antes de emprender lo que sea, vayamos a Jesús, nuestro gran Sacerdote. Como David, pidámosle la comida y la espada. Su Palabra, con tal que le entendamos y recibamos, nos proveerá a la vez la una y la otra.
¡Ay!, de la boca de David debemos oír una mentira (v. 2); luego, comete una nueva falta: busca refugio en los enemigos de Israel y finge estar loco delante de Aquis, príncipe de los filisteos (v. 10-15). ¡Qué triste cuadro! ¿No es él el ungido de Jehová, el vencedor de Goliat, en otros tiempos, la imagen del Señor Jesús?
También es un triste espectáculo cuando un creyente, olvidando que es representante de Cristo, obra delante del mundo como un insensato.
Pero es consolador ver que, después de haber dado ese paso en falso, David es restaurado y puede componer mediante el Espíritu este notable cántico:
Bendeciré a Jehová en todo tiempo; su alabanza estará de continuo en mi boca
(Salmo 34:1).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"