Mientras David, el futuro rey, se halla errante y proscrito con sus fieles, Saúl trama siniestros proyectos contra él. Al mismo tiempo, sus celos le impelen a la matanza de los sacerdotes de Jehová. Y lo que no ejecutó contra Amalec, enemigo del pueblo, al perdonarle la vida a Agag y al ganado, no teme hacerlo a la ciudad de Nob, pasándola por entero a cuchillo. Para cumplir su venganza, Saúl se vale del mismo traidor, Doeg, un edomita, terrible figura del Anticristo, quien en un tiempo venidero, se levantará contra el Señor y contra Israel (véase el título del Salmo 52).
Consideremos ahora, en cambio, un cuadro lleno de gracia: Abiatar se reúne con el ungido de Jehová. “Quédate conmigo –le recomienda David–, quien buscare mi vida, buscará también la tuya” (v. 23). “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros”, recuerda Jesús a sus discípulos.
Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán
(Juan 15:18, 20).
Esta persecución, este odio del mundo, ¿es motivo de temor para nuestros corazones? Entonces, escuchemos como viniendo de boca del Señor esta preciosa promesa nunca desmentida: ¡“Conmigo estarás a salvo”! (v. 23; véase Juan 18:9).
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"