La llegada de Saúl a Naiot provoca la huida de David. No obstante, este guarda alguna esperanza de volver a tomar su lugar en la corte y regresa para pedir consejo a su amigo Jonatán.
En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia
(Proverbios 17:17).
Compañeros en los días felices, David y Jonatán van a sentir cuán precioso y consolador es su afecto en el momento de la prueba.
Con más razón será así en nuestra relación con el Amigo supremo. ¿Podríamos conocer su perfecta simpatía, si nunca la necesitáramos? (Hebreos 4:15-16).
Aparentemente, David no es más que un pobre proscrito, para quien las promesas divinas de la realeza están anuladas. Pero la fe de Jonatán sigue viendo en él a aquel que infaliblemente debe reinar, a aquel cuyos enemigos serán eliminados, inclusive su propio padre (a quien por loable respeto evita nombrar). Notemos cómo habla del porvenir con plena certeza. Así los redimidos de Jesús disciernen sus admirables glorias por la fe y saben que su Salvador, hoy en día odiado y rechazado por el mundo y su príncipe, pronto aparecerá como el rey de gloria, teniendo a todos sus enemigos bajo sus pies.
Forma parte del comentario bíblico "Cada Día las Escrituras"